Salto ahí, no puedo caer. Me agarro con las pocas uñas que me quedan al ser destruidas por el nerviosismo esperando mi turno, más que con uñas, con las yemas, como siempre; no lo puedo remediar. El corredor es extraño, nunca visto, estrecho, ventanas grandes, con un alféizar saliente y sin cristal. Las vistas por las ventanas me recuerdan a mi tierra, hay montañas, pocos árboles y se respira frío. Arriba un águila otea todo el complejo. Antes he tenido que huir, me perseguían, he tenido que ayudar, me necesitaban, he tenido que comer, me moría. Perdí la noción del tiempo desde que te fuiste, y sin saber cómo he aparecido aquí. Este complejo con pasadizos y con trampas parece reformado y no escatiman en seguridad, aunque no lo parezca, me resulta familiar y por tanto me guio por recuerdos débiles, lejanos y abstractos.
Sigo el pasillo, decido salir por una ventana y apoyarme en la cornisa del edificio, avanzo por el estrecho con una singular postura de egipcio; el nerviosismo, como antes, aumenta. Llego a un agujero amplio, pienso que es por ahi, pero, no entro. Sigo el camino trazado con mi vista por la cornisa. Llego de nuevo a un pequeño saliente que atraviesa el valle hasta llegar a otro edificio colindante. Esta terraza es estrecha, los azulejos son verdes, andar por aqui me produce tranquilidad y serenidad, sin embargo estoy alerta. Me doy cuenta de que no estoy solo, por detrás oigo y después confirmo la presencia de dos serpientes que se acercan amenazadoramente, arriba continua el águila y bajo de la terraza por la que voy un bosque misterioso, hostil y oscuro. Mi ritmo ha aumentado y al fin llego. La temperatura es ideal, la noche no termina y la luna me acompaña. Entro en una habitación amplia, sin ventanas, la única es por la que he entrado, de la misma manera que las anteriores. Después de escudriñar la habitación me percato de la presencia de una puerta silenciosa, recia y amable. Me acercó y antes de abrir leo una nota escrita en un folio al lado de la puerta, en la parte izquierda, pero, no es importante. Abro la puerta y siento de golpe el jolgorio de una ciudad en hora punta, pero, no una ciudad cualquiera, es el centro de una ciudad renacentista, me debo de encontrar en el siglo XVI, hay músicos por la calle y los candeles iluminan la ciudad, se siente un aroma especial. Nada más salir me asedian varias personas; un niño que me estira del pantalón, una mujer que me ofrece miel y un señor mayor que me regala un collar, me dice que me lo ponga inmediatamente o no saldré de esta, sin saber a que se referia, le hice caso en el acto. Camino tranquilo, observando, al fondo la catedral, a mis espaldas un gran edificio, enfrente de mi una gran fuente, la gente fluye, mercaderes venden, curas bendicen, soldados patrullan, los nobles rien y los pobres sufren, en soledad, a los pies de colosales edificios esperando un milagro, esperando un no se qué. Voy por el mercado, y al fondo y de manera súbita te veo por detrás, no me lo creo, pero acelero mi paso, casi empujando al gentío giro hacia la calle que habias girado, y ahi estas, esperandome, el miedo se desvanece, cualquier dolor del largo viaje se va, los nervios se alivian y suavemente me acerco a ti, seguro, confiado y contento. No me dices palabra, me cojes de la mano y me llevas por la gran ciudad, de pronto te detienes, me sueltas la mano, la gente pasa, empuja, pero nos mantenemos juntos, me dices que espere aquí un momento, que tienes que hacer una cosa. Yo espero.
A.Salavert