A los que luchan por la dignidad de todos. A los huelguistas de la sanidad pública, a los combatientes de la marea verde, a los investigadores y científicos que no quieren emigrar, a los trabajadores de Canal Nou, a los de Telemadrid, a todos los periodistas que no han renunciado a su oficio, a los voluntarios que paran los desahucios, a los jueces que se niegan a que la justicia se convierta en un privilegio, a los farmacéuticos que se saltan la ley a la torera, a los que trabajan gratis en cualquier sector para mantener en pie los servicios que este Gobierno está arrebatando a los ciudadanos cuyos intereses debería proteger, a los que se movilizan, a los que se indignan, a los que protestan por ellos y por los demás.
A los pequeños héroes de la vida cotidiana. A los pensionistas que mantienen a sus hijos en paro con una pensión raquítica. A los abuelos que esta noche cenarán una tortilla francesa para que sus nietos no se queden sin juguetes. A las cocineras que harán milagros con el dinero que hace poco se gastaban sólo en turrón. A los que cantan y bailan con un sapo atravesado en la garganta. A los que van a contribuir a encender las luces de sus casas con la miseria que cobrarán el 8 de enero por veinte días de trabajo temporal, sirviendo mesas o empaquetando regalos. A los que recuerdan Navidades mucho más pobres, y se extrañan de que éstas nos den tanto miedo.
A los que lo están pasando mal. A los que no tienen trabajo, a los que no ven la luz, a quienes no duermen por las noches, a quienes sienten que les han robado el futuro. A todos ellos, cualquiera que sea el significado de esas palabras en este año maldito, feliz Navidad. A los demás, no. A los culpables, a los corruptos, a los indiferentes, a los insolidarios, a los mentirosos, lo único que les deseo es que se intoxiquen con una ostra justiciera. Ojalá.